4.21.2011

El origen de las estrellas.


Hace muchísimos años había una tribu que vivía en cuevas de arena en el desierto, allí hacía tanto calor que se habían convertido en seres nocturnos; en el día, dormían cobijados por la sombra en la profundidad de las cuevas, y en la noche, mientras algunos hombres y mujeres se quedaban cuidando los niños, curtiendo pieles y haciendo todo tipo de tareas, los hombres más fuertes y las mujeres más ágiles se iban a cazar. Se pasaban la noche entera cazando coyotes, lagartos, serpientes y otros animales para alimentarse, y cuando estaba amaneciendo, se refugiaban en cuevas cercanas para esconderse del sol. Se pasaban varios días y varias noches en esta tarea, y cuando volvían, la tribu entera se reunía alrededor del fuego para celebrarlo.


La luna, que los observaba cada noche, sufría una terrible pena; se moría de ganas por vivir como ellos, así que una madrugada, en ese momento en que el Rey Sol iba saliendo por el horizonte y ella aún se encontraba en un bordecito del cielo, le pidió que le permitiera vivir con los humanos. Le contó maravillas de la tribu, de los niños que tenían una energía inacabable y los ancianos llenos de sabiduría; el Sol, que nunca los había visto, quedó convencido por la luna de que no había nada más maravilloso que ser humano. Así que la convirtió en una joven hermosa que bajó a la tierra a vivir entre la tribu, como una más de ellos.


Pero ella, que no era tonta, notó inmediatamente el error de su plan: la noche se había quedado sin luz. Los cazadores confundidos, se chocaban contra las rocas, los cactus y hasta el tropiezo más pequeño espantaba a sus presas, y poco a poco se iban quedando sin alimento y sin vestido. La luna muy preocupada por lo que pasaba resolvió hablar de nuevo con el Sol. Decidida, empezó a llamarlo a gritos, y le pidió con tristeza que la volviera a convertir en la luz de la noche, convenciéndose de que eso era lo que tenía que hacer. Pasaron las semanas y a veces, bajaba distraída la mirada hacia la tierra y se descubría haciendo planes y buscando motivos para volver.


Una noche, mientras observaba la tribu, descubrió que le había restado importancia a un hecho que había observado muchas veces, era la solución perfecta: un nacimiento. A la madrugada siguiente, le pidió al Sol que le diera muchas hijas, pues ellas cuidarían el cielo mientras ella visitaba a los hombres; las llamaría estrellas y serían tan hermosas que huirían a la mirada de los hombres desapareciendo a la vista de aquel que se atreviera a mirarlas fijamente. El Sol cumplió su deseo, advirtiéndole antes que una hija de luna estaría inmóvil para siempre. Y desde entonces, la luna puede visitar a los humanos pero no vivir con ellos, pues, como buena madre, procura no dejar solas a sus hijas más que una semana de cada cuatro.



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